miércoles, 27 de marzo de 2013

EVANGELIO PARA EL VIERNES SANTO

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El texto evangélico es el de la Pasión según San Juan, Jn 18,1-19,42 y dice lo siguiente:


“En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto; allá entró él con sus discípulos. Judas, el traidor, conocía el lugar, porque Jesús muchas veces se había reunido allí con sus discípulos. Así pues, Judas tomó un destacamento y algunos criados de los sumos sacerdotes y los fariseos, y se dirigió allá con antorchas, linternas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que le iba a pasar, se adelantó y les dijo: ---¿A quién buscáis? Le respondieron: ---A Jesús, el Nazareno. Les dice: ---Yo soy. También Judas, el traidor, estaba con ellos. Cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron y cayeron al suelo. Les preguntó de nuevo: ---¿A quién buscáis? Le respondieron: ---A Jesús, el Nazareno. Contestó Jesús: ---Ya os he dicho que Yo soy, pero, si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos. Así se cumplió lo que había dicho: No he perdido ninguno de los que me has confiado. Simón Pedro, que iba armado de espada, la desenvainó, dio un tajo al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha --el siervo se llamaba Marco--. Jesús dijo a Pedro: ---Envaina la espada: la copa que me ha ofrecido mi Padre, ¿acaso, no la voy a beber? El destacamento, el comandante y los criados de los judíos arrestaron a Jesús, lo ataron y se lo llevaron primero a Anás que era suegro de Caifás, el sumo sacerdote de aquel año --Caifás era el mismo que había dicho a los judíos, que convenía que sólo un hombre muriera por el pueblo. Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Como ese discípulo era conocido del sumo sacerdote, entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedaba afuera, en la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera y ésta dejó entrar a Pedro. La criada de la portería dice a Pedro: ---¿No eres tú también discípulo de ese hombre? Contesta él: ---No lo soy. Como hacía frío, los siervos y los guardias habían encendido fuego y se calentaban. Pedro estaba con ellos calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su enseñanza. Jesús le contestó: ---Yo he hablado públicamente al mundo; siempre enseñé en sinagogas o en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas? Interroga a los que me han oído hablar, que ellos saben lo que les dije. Apenas Jesús dijo aquello, uno de los guardias presentes le dio una bofetada y le dijo: ---¿Así respondes al sumo sacerdote?Jesús contestó: ---Si he hablado mal, demuéstrame la maldad; pero si he hablado bien, ¿por qué me golpeas? Anás lo envió atado al sumo sacerdote Caifás. Simón Pedro seguía calentándose. Le preguntan: ---¿No eres tú también discípulo suyo? Él lo negó: ---No lo soy. Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquél a quien Pedro había cortado la oreja, insistió: ---¿No te vi yo con él en el huerto? De nuevo lo negó Pedro y al punto cantó el gallo. Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era temprano. Ellos no entraron en el pretorio para evitar contaminarse y poder comer la Pascua. Pilato salió afuera, a donde estaban, y les preguntó: ---¿De qué acusáis a este hombre? Le contestaron: ---Si éste no fuera malhechor, no te lo habríamos entregado. Les replicó Pilato: ---Pues tomadlo y juzgadlo según vuestra legislación. Los judíos le dijeron: ---No nos está permitido dar muerte a nadie --así se cumplió lo que Jesús había dicho sobre la manera en que tendría que morir--. Entró de nuevo Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: ---¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús respondió: ---¿Lo dices por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? Pilato respondió: ---¡Ni que yo fuera judío! Tu nación y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho? Contestó Jesús: ---Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis soldados habrían peleado para que no me entregaran a los judíos. Ahora bien, mi reino no es de aquí.Le dijo Pilato: ---Entonces, ¿tú eres rey? Jesús contestó: ---Tú lo dices. Yo soy rey: para eso he nacido, para eso he venido al mundo, para atestiguar la verdad. Quien está de parte de la verdad escucha mi voz. Le dice Pilato: ---¿Qué es la verdad? Dicho esto, salió de nuevo adonde estaban los judíos y les dijo: ---No encuentro en él culpa alguna. Pero es costumbre vuestra que os indulte uno por Pascua. ¿Queréis que os indulte al rey de los judíos? Volvieron a gritar: ---A ése no, a Barrabás. Barrabás era un asaltante.
Entonces Pilato se hizo cargo de Jesús y lo mandó azotar. Los soldados entrelazaron una corona de espinos y se la pusieron en la cabeza; lo revistieron con un manto púrpura, y acercándose a él le decían: ---¡Salve, rey de los judíos! Y le daban un bofetón. Salió otra vez Pilato afuera y les dijo: ---Mirad, os lo saco para que sepáis que no encuentro culpa alguna en él. Salió, pues, Jesús afuera, con la corona de espinos y el manto púrpura. Pilato les dice: ---Aquí tenéis al hombre. Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: ---¡Crucifícalo, crucifícalo! Les dice Pilato: ---Tomadlo vosotros y crucificadlo, que yo no encuentro culpa en él. Le replicaron los judíos: ---Nosotros tenemos una ley, y según esa ley debe morir porque se ha hecho hijo de Dios. Cuando Pilato oyó aquellas palabras, se asustó mucho. Entró en el pretorio y dice de nuevo a Jesús: ---¿De dónde eres? Jesús no le dio respuesta.Le dice Pilato: ---¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte? Le contestó Jesús: ---No tendrías poder contra mí si no te lo hubiera dado el cielo. Por eso el que me entrega es más culpable. A partir de entonces, Pilato procuró soltarlo, pero los judíos gritaban: ---Si sueltas a ése, no eres amigo del césar. El que se hace rey va contra el césar. Al oír aquello, Pilato sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gábbata. Era la víspera de Pascua, al mediodía. Dice a los judíos: ---Ahí tenéis a vuestro rey. Ellos gritaron: ---¡Afuera, afuera, crucifícalo! Les dice Pilato: ---¿Voy a crucificar a vuestro rey? Los sumos sacerdotes contestaron: ---No tenemos más rey que el césar. Entonces se lo entregó para que fuera crucificado. Se lo llevaron; y Jesús salió cargando él mismo con la cruz, hacia un lugar llamado La Calavera, en hebreo Gólgota. Allí lo crucificaron con otros dos: uno a cada lado y en medio Jesús. Pilato había hecho escribir un letrero y clavarlo en la cruz. El escrito decía: Jesús el Nazareno, rey de los Judíos. Muchos judíos leyeron el letrero, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad. Además, el letrero estaba escrito en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes dijeron a Pilato: ---No escribas: Rey de los judíos, sino: Éste ha dicho: Soy rey de los judíos. Pilato contestó: ---Lo escrito, escrito está. Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús, tomaron su ropa y la dividieron en cuatro partes, una para cada soldado; aparte la túnica. Era una túnica sin costuras, tejida de arriba abajo, de una pieza. Así que se dijeron: ---No la rasguemos; vamos a sortearla, para ver a quién le toca. Así se cumplió lo escrito: Se repartieron mis vestidos y se sortearon mi túnica. Es lo que hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al lado al discípulo predilecto, dice a su madre: ---Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dice al discípulo: ---Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa. Después, sabiendo que todo había terminado, para que se cumpliese la Escritura, Jesús dijo: ---Tengo sed. Había allí un jarro lleno de vinagre. Empaparon una esponja en vinagre, la sujetaron a un hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús tomó el vinagre y dijo: ---Todo se ha cumplido. Dobló la cabeza y entregó el espíritu. Era la víspera del sábado, el más solemne de todos; los judíos, para que los cadáveres no quedaran en la cruz el sábado, pidieron a Pilato que les quebrasen las piernas y los descolgasen. Fueron los soldados y quebraron las piernas a los dos crucificados con él. Al llegar a Jesús, viendo que estaba muerto, no le quebraron las piernas; sino que un soldado le abrió el costado de una lanzada. Al punto brotó sangre y agua.El que lo vio lo atestigua y su testimonio es fidedigno; sabe que dice la verdad, para que creáis vosotros. Esto sucedió de modo que se cumpliera la Escritura: No le quebrarán ni un hueso; y otra Escritura dice: Mirarán al que atravesaron. Después de esto, José de Arimatea, que en secreto era discípulo de Jesús por miedo a los judíos, pidió permiso a Pilato para llevarse el cadáver de Jesús. Pilato se lo concedió. Él fue y se llevó el cadáver. Fue también Nicodemo, el que lo había visitado en una ocasión de noche, llevando cien libras de una mezcla de mirra y áloe. Tomaron el cadáver de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto y en él un sepulcro nuevo, en el que nadie había sido sepultado. Como era la víspera de la fiesta judía y como el sepulcro estaba cerca, colocaron allí a Jesús.” 


* En nuestra experiencia muchas veces descubrimos el afecto de alguien cuando nos damos cuenta de lo que ha sido capaz de hacer por nosotros: privaciones y sufrimientos. Hoy, contemplando a Jesús crucificado, se nos hace más presente el amor infinito que tiene hacia cada uno de nosotros.
Todo un Dios que se hace hombre, se entrega libremente a muerte en cruz, por el delito de pasar por este mundo haciendo el bien al hombre, que lo asesina.
Ante la cruz se aviva nuestra memoria agradecida y crece el deseo de amarle.


* Señor, tu pasión y tu muerte son la prueba más palpable del inmenso amor que me tienes.
No quiero acostumbrarme a los relatos evangélicos: quiero leerlos con ojos nuevos y escucharlos con oídos nuevos.


* Señor, desde la cruz pides al Padre que me perdone, porque no sé lo que hago cuando peco, y me das a tu Madre para que me enseñe a seguirte con mi cruz. Gracias, Señor.
Señor, déjame que me quede contemplándote con tu Madre al pie de la cruz, desde la que has vencido a mis mayores enemigos: el pecado y la muerte.


* María, Madre de la fe y de la esperanza, a pesar de haber visto a un Dios que ha muerto y a sus amigos que le venden y le niegan, María espera.
Déjame esperar contigo, María.



Estos puntos ayudan a iniciar la reflexión, a partir de ahora esperamos vuestras aportaciones que nos abran nuevos horizontes y nos acerquen a una comprensión más completa de la Palabra.



Muchas gracias a todos por vuestra participación.


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