jueves, 4 de noviembre de 2010

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: 32º DEL TIEMPO ORDINARIO (7-11-2010)

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El texto evangélico es de Lc 20, 27-38 y dice lo siguiente:

“En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:---Maestro, Moisés nos ordenó que si un hombre casado muere sin hijos, su hermano se case con la viuda, para dar descendencia al hermano difunto. Pues bien, eran siete hermanos. El primero se casó y murió sin dejar hijos. Lo mismo el segundo y el tercero se casaron con ella; igual los siete, que murieron sin dejar hijos. Después murió la mujer. Cuando resuciten, ¿de quién será esposa la mujer? Porque los siete fueron maridos suyos. Jesús les respondió: ---Los que viven en este mundo toman marido o mujer. Pero los que sean dignos de la vida futura y de la resurrección de la muerte no tomarán marido ni mujer; porque ya no pueden morir y son como ángeles; y, habiendo resucitado, son hijos de Dios. Y que los muertos resucitan lo indica también Moisés, en lo de la zarza, cuando llama al Señor Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.”


*  Los saduceos, que niegan la resurrección, plantean a Jesús una cuestión lógica para espantar la idea de la resurrección. Con la misma lógica, Jesús declara a Dios Señor de vivos.
A pesar de esto, la evidencia de la muerte nos abruma y desconcierta a todos. Sólo la fe puede poner luz en esta oscuridad. Lo importante es que nuestra fe y esperanza se mantengan firmes, y que el amor sea la actitud básica en nuestra vida.

* Nuestra inteligencia es limitada y no alcanzamos a comprender cómo es la resurrección, cómo es el cielo, sólo podemos anhelar y desear el encuentro con Dios: cuando nos tienda la mano y nos acoja en sus brazos (aunque nuestro apego a esta vida nos lleve a decir “pero que tarde”).

* Señor, tu nos mandaste “dominar la tierra”. Y con nuestra inteligencia y nuestras manos colaboramos a tu obra creadora, perfeccionando  la creación. No nos has llamado a organizar la vida del cielo, que está en tus manos, Dios de vida eterna. Tu amor nos sorprenderá aquel día grande, cuando dejemos este mundo y nos encontremos con lo que nos has preparado en la Casa del Padre.

* María, Madre de la Esperanza, ayúdame a imitar esa esperanza en la tú viviste,  para que la muerte no domine mi vida, sino que mi amor llene de esperanza todo cuanto haga.


Estos puntos ayudan a iniciar la reflexión, a partir de ahora esperamos vuestras aportaciones que nos abran nuevos horizontes y nos acerquen a una comprensión más completa de la Palabra.
Muchas gracias a todos por vuestra participación.
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