viernes, 11 de enero de 2019

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR – CICLO C – (13-1-2019)

LUCAS 3, 15-16.21-22.

“En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego». En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto».”


La celebración del Bautismo de Jesús en el Jordán, cuya fiesta celebramos hoy, cierra el tiempo de Navidad. Es verdad que el Bautismo de Jesús no tiene el mismo significado que el nuestro, por eso uno de los evangelistas, Mateo, que escribía para judíos, y por lo tanto podía no entender bien el gesto de Jesús, pone un dialogo entre Juan y Jesús en el que el primero se niega a bautizarlo, diciéndole que es Él el que lo tiene que bautizar, pero Jesús le pide ser bautizado, y le pide ser bautizado para darnos una nueva lección de humildad y de saber hacer, el evangelista aprovecha el rito del bautismo para presentar a Jesús como el Salvador esperado, como el Mesías.

Juan bautiza a Jesús al comienzo de su vida pública, es como la puesta en marcha de la misma. De los treinta años de vida oculta de Jesús con sus padres en Nazaret los evangelios no nos dicen nada, hay un silencio respetuoso sobre ella. Aunque nos gustaría saber cómo fue la vida durante esos treinta años en Nazaret, la verdad es que lo que verdaderamente nos interesa es lo que Jesús dijo e hizo en su vida pública y ésa es la que comienza después de su bautismo. Por lo tanto si queremos conocer y profundizar en el mensaje de Jesús tenemos que estar atentos a la palabra de Dios en los domingos que van a venir a partir de ahora hasta el tiempo de Cuaresma. En ellos iremos recorriendo el camino que Jesús realiza hasta Jerusalén, escuchando su mensaje, viendo cómo trata a las personas, contemplando sus gestos y aprendiendo de todo lo que dice y hace.

Juan nos presenta a Jesús como el enviado de Dios, el esperado por el pueblo, el anunciado por los profetas del Antiguo Testamento, es nuestro Salvador, nuestro Dios. Nos lo señala con el dedo, para que no tengamos ninguna duda y nos dice que es Él. Que dispongamos nuestro corazón para seguirle y nuestros oídos para escucharle. Efectivamente, Jesús es la referencia principal del cristiano, Él es el modelo fundamental. Las actitudes de Jesús deben ser las nuestras, la manera de comportarse de Jesús debe reflejarse en nuestro comportamiento, su talante, su modo de situarse ante las cosas, su manera de tratar a las personas, deberían ser imitados por nosotros. Pero, difícilmente puedo seguir y actuar como alguien que no conozco, o peor, que sólo conozco de oídas o porque otros me lo han dicho. No, debo ser yo quien descubra a ese Jesús, debo ser yo quien me preocupe por conocer lo que hizo, debo ser yo el que personalmente interiorice y haga mío, todo lo que ese Jesús me enseñó, sólo de esta manera Jesús podrá ser alguien significativo para mí.

El reflexionar hoy sobre el bautismo de Jesús, puede ser también un buen momento para reflexionar sobre el nuestro. Todos sabemos que el bautismo es el sacramento fundamental del cristiano, desde que me bauticé puedo decir que pertenezco a la Iglesia, de aquí la importancia que tiene el saber lo que se hace cuando se pide este sacramento, y que el mismo no tiene que responder a la sola presión social, sino más bien a la exigencia de ser transmisores de lo que creemos. Como perteneciente a la Iglesia, tengo la obligación de intentar vivir como esa pertenecía me exige, y mi conducta tendría que ser manifestación de sus exigencias, por eso hoy podríamos preguntarnos, ¿qué fidelidad tengo yo a lo que mis padres hicieron por mí el día de mi bautismo?, ¿he hecho mío aquel gesto? ¿he aceptado las consecuencias que lleva consigo estar bautizado?

Tendremos que reconocer que como casi siempre no encontramos en nosotros la fidelidad suficiente a lo que nuestra fe nos exige.

Le pedimos con sinceridad al Señor, que nos de la fuerza necesaria para ser sus testigos fieles en este mundo nuestro, que nos haga valorar los sacramentos en los que su presencia se hace más real y más evidente.

Y lo hacemos al tiempo que seguimos pidiendo los unos por los otros, especialmente por los que menos tienen, para que el Señor los ayude, los que sufren, los enfermos, para que ya que son los preferidos del Señor, también lo sean los nuestros.

D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.

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