sábado, 26 de enero de 2019

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: 3º DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C – (27-1-2019)

LUCAS 1, 1-4. 4, 14-21.

“Ilustre Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido. En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor». Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó, Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en Él. Y Él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».”


Las lecturas de la palabra de Dios que hemos escuchado hoy, (por lo menos la primera y el evangelio) tienen un objetivo y una preocupación común: intentar convencernos de la importancia de la palabra de Dios escrita, la que escuchamos todos los domingos en las lecturas de la Eucaristía, la que se encuentra en el libro sagrado: la Biblia. El pueblo de Israel, era un pueblo muy amante de la Palabra de Dios, se reunía a menudo para proclamarla y escucharla. Los libros que contenían la misma eran los libros sagrados. La gente los leía y los escuchaba con atención porque en ellos encontraban lo que Dios les quería comunicar a cada uno. Por eso, como pueblo religioso cuando había que tomar alguna decisión lo que decía la palabra de Dios era considerado como algo a tener muy en cuenta. Esto es lo que se nos ha leído en la primera lectura de hoy.

En nuestras celebraciones de la Eucaristía, la liturgia de la palabra que abarca las lecturas y la homilía si la hay, han ganado y van ganando cada vez más importancia. En nuestra cabeza ya no entran, aquellas celebraciones, que los menos jóvenes recuerdan, cuando nadie se enteraba de lo que estaba leyendo el sacerdote, y la misa era ocasión para poner en práctica alguna de nuestras devociones particulares, pero de las que salíamos sólo sabiendo que habíamos estado en misa, pero poco más. A pesar, sin embargo, de los pasos dados en el sentido de que todo el mundo puede entender lo que se hace y se dice en las celebraciones, no sé si valoramos lo suficiente la palabra de Dios que se nos lee cada domingo. No sé si la escuchamos con la atención y con la disposición necesaria para hacerla nuestra.

Los católicos debemos recobrar el amor por la sagrada Escritura, sobre todo por el Nuevo Testamento, ella debería ser nuestro verdadero alimento espiritual, tendría que se nuestro libro de cabecera, es verdad que son libros difíciles, muy difíciles, porque están escritos hace mucho tiempo, con un estilo y con unos géneros literarios complicados, pero deberíamos leerlos más de lo que lo hacemos, que creo que lo hacemos poco. Las lecturas de hoy domingo nos animan a hacerlo. En el Nuevo Testamento encontramos los hechos y los dichos de Jesús, fundamentales para nosotros, descubrimos el nacimiento de la primera Iglesia, el ejemplo de los primeros cristianos, la vitalidad de los que comenzaron la obra de Jesús, y esto es muy importante, ya que siempre tienen que ser para nosotros referencia y modelos a imitar. Ojalá logremos aumentar cada día nuestro amor por la Palabra de Dios.

El evangelio nos presenta a Jesús, al comienzo de su vida pública, y nos lo presenta no como aquel que ha venido a traer una Gran Noticia, no, no, sino como aquel que ha venido a traer la Buena Noticia. Jesús es presentado como aquel que ha venido a traer la buena noticia a los pobres, aquel que ha venido a dar la vista a los ciegos y a los oprimidos la libertad. Ante este mensaje, cada uno de nosotros, debe considerarse pobre, ciego y oprimido, y sólo así necesitaremos a Jesús, si no pasará de largo, porque no lo necesitamos. Jesús no viene a amargarnos la vida, la presencia de Jesús siempre tiene que ser una Buena Noticia, siempre, y las buenas noticias transmiten, alegría, paz, amor, responsabilidad por las cosas bien hechas. Y si Jesús es buena noticia para mí, yo debe ser buena noticia para los que me rodean, no puede darse una cosa sin la otra. Por eso este domingo me preguntaría: ¿mi manera de trasmitir a Jesús, trasmite esa paz, ese amor, esa responsabilidad, o trasmite miedo, temor, angustia? Si es como esto último, esa no es la buena noticia de Jesús, será otra cosa, pero no es lo que Jesús comienza a transmitir a los que quieren oírle.

Al comienzo de su vida pública Jesús nos es presentado como el esperado, por lo tanto tengo que seguir atento a su mensaje y a su evangelio, tengo que tener los oídos bien dispuestos para escuchar y así poder seguirle.

Le pedimos al Señor que nos ayude en esta tarea de descubrimiento personal de lo que nos pide a cada uno. Se lo pedimos especialmente en este domingo, para los que estamos aquí, y lo hacemos recordando siempre a los que menos tienen, a los que están solos, a todos los que les falta lo imprescindible para vivir.

D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.

No hay comentarios: