jueves, 19 de febrero de 2015

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: 1º DE CUARESMA (22-2-2015)

El texto evangélico es de Mc 1, 12-15 y dice lo siguiente:


“En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio”.



* Tras el bautismo en el Jordán y ser ungido por el Espíritu Santo, Jesús es empujado al desierto donde es tentado.

El Espíritu es el que nos lleva a la conversión, pero no hay conversión sin soledad, sin experiencia de “desierto”, como tuvo Jesús. El desierto es el lugar de la prueba y la purificación, en donde al ser humano sólo le queda encararse consigo mismo y con Dios, donde mejor se da la oración, el diálogo con Dios.

Necesitamos olvidarnos de todo y entrar en la soledad con Jesús. Un buen momento para ello es la Cuaresma, que acabamos de empezar.


* Si el demonio tienta a Cristo es porque no está seguro de que sea Dios. Por eso Marcos, en su escueta narración de las tentaciones, nos señala que “los ángeles le servían”, indicando con ello la verdadera naturaleza divina de Cristo.

De muchas maneras viene a nosotros esas tentaciones del Maligno. No en vano, cada día pedimos a Dios que no permita que caigamos en la tentación. Ésta se desliza por todas las facetas de nuestra vida y aparece cuando menos lo esperamos y siempre bajo forma de bien: aquello a lo que pensamos tener derecho, aquello que nos produciría una satisfacción, el mal obrar del que se seguirían tantos bienes, el deseo de que se realice nuestra justicia...


* Ante todas estas situaciones concretas, resulta fácil tambalearse y ceder. Ante estas innumerables tentaciones que nos presenta el mundo: ¿cómo ser un buen padre de familia?, ¿cómo ser un profesional cristiano?, ¿cómo tomar decisiones en la vida pública o política?, ¿hasta dónde arriesgar y hasta dónde ceder?, ¿vale todo?, ¿el fin justifica los medios?...

La lista de tentaciones es muy larga y muy fácil caer en ellas. Debemos rechazar las tentaciones, porque con el mal no se puede jugar; a veces hemos de soportarlo, pero siempre hay que apartarse de él cuando nos invita a ser sus cómplices.

Debemos evitar las tentaciones, pero cuando aparecen hemos de ser conscientes de que, con la ayuda de la gracia siempre podemos vencerlas. El mal se vence con abundancia de bien. Dios nunca nos deja solos. Y como nos recuerda San Agustín: "Dios nunca nos tienta por encima de nuestras fuerzas". Frente al mal, tenemos a nuestra disposición la gracia que Dios nos concede. Cristo accedió a ser tentado para mostrarnos que en Él lo podemos todo.


* El núcleo de toda tentación es alejarnos de Dios, no escuchar su voz, no realizar sus proyectos, no recorrer sus caminos. El tentador nos dirá siempre: "deja a tu Dios y elige otros caminos para ser feliz. Dios no te hará feliz, sino que será un obstáculo para tu felicidad".

Tres tentaciones específicas rondan en nuestro tiempo el corazón de los creyentes cristianos: primera, la descristianización, dejar de ser discípulo de Jesús, abandonar sus filas; segunda, el desánimo, el tirar la toalla por cansancio, porque no podemos más, porque no tenemos fuerza; tercera, la desconfianza, en todo y en todos, porque nadie puede solucionar nada y todo falla.

Ante esto nos dice el Señor "convertíos", girad vuestras vidas hacia mi; ésta es la invitación a reformar nuestra vida, invitación amable que va directa al corazón.


*Es ante esta tentación donde podemos vivir con mayor plenitud nuestra libertad, pues en toda tentación se nos ofrece una elección difícil: nos parece que el querer de Dios es contrario al bien que en ese momento se nos presenta como apetecible; o bien nos parece que el camino de la santidad podría ser más suave y no pasar por el misterio de la cruz.

Pero ahí es donde verdaderamente manifestamos si elegimos a Dios, o mejor, si nos dejamos elegir por Él y por la gracia que nos ofrece. Es donde demostramos si de verdad nos convertimos para hacer realidad su Reino entre nosotros.


* Señor, me siento tan sacudido por las tentaciones, tan frágil y miserable, tan abandonado a las circunstancias de la vida, que sólo Tú, Señor, puedes sustentar mi aliento.

María, ayúdame a confiar en Dios, a convertirme y a creer en el Evangelio que tu Hijo cada día me ofrece.



Estos puntos ayudan a iniciar la reflexión, a partir de ahora esperamos vuestras aportaciones que nos abran nuevos horizontes y nos acerquen a una comprensión más completa de la Palabra.

Muchas gracias a todos por vuestra participación. 


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