domingo, 18 de marzo de 2012

REFLEXIÓN QUINTO DÍA DEL QUINARIO

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El evangelio del quinto día de Quinario, corresponde al evangelio del día, Lucas 18,9-14, y dice así:

Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
"Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.
Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'.
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado".


Queridos hermanos, Dios es parcial. Es incapaz de ser imparcial. Tiene sus preferencias: los pobres, los que se consideran pecadores. En el momento del juicio, Él mismo lo dice, el Reino será de los humildes. Dios tiene sus preferidos, los que ante Él se muestran con toda su pobreza.

El fariseo pertenecía a una familia de bien. Tenía un defecto, era muy observante de la Ley, quería que todos hiciesen lo mismo que él. Los publicanos eran los recaudadores de impuestos, persona impura, que se mancha las manos con el dinero de los romanos, por lo que se quedaban fuera de la salvación. La diferencia entre un publicano y un fariseo era por tanto muy grande.

Dentro de nosotros tenemos también un fariseo y un publicano. No encontramos nunca el banco final de la Iglesia, sino que corriendo vemos el primer banco. Hay un hecho que veo cuando me siento en el confesionario. Después de recibir el abrazo de Dios, muchas personas se van con una sonrisa. Pero tenemos una mala costumbre cuando vamos a confesar. Siempre hay una segunda parte: “yo me he peleado con mi vecino, pero es que él…” Cuando cometo un pecado parece que es que no puedo hacer otra cosa. Hacemos una confesión en la que incluimos los pecados de los otros. Los demás nos encienden, se nos cruzan en nuestra vida, nos provocan, ¿qué vamos a hacer nosotros? Nos enfadamos, como todo el mundo. Esta es la actitud del fariseo, “yo no soy como los demás”. Los demás son los que me provocan. Yo me peleo, pero no soy como los demás, como los que salen en la televisión… Nosotros pensamos que lo que hacemos, es lo que está bien. Es una actitud farisaica.

La oración del fariseo, no la escucha Dios. Cuando rezamos, parece que pensamos que Dios nos tiene que dar las gracias y si hacemos algo mal, es que los demás nos provocan. Esa oración, no llega a Dios.

El publicano, sin embargo, si se marcha justificado, dice el Evangelio. ¿Cómo fue su oración? Se quedó detrás, se golpeaba el pecho diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador”. Esto es lo que tenemos que decirle a Dios. Dios no sabe contar nuestras virtudes, si ayunamos dos veces por semana o pagamos el diezmo. Eso a Dios no le importa. El lo que hace es dar su misericordia y su perdón, si ya somos perfectos, ¿qué nos va a dar Dios?

Tenemos que aprender a rezar. Este evangelio, nos enseña también cómo es Dios y cómo podemos acercarnos a Él. También nos anuncia el paso del Antiguo al Nuevo Testamento: la nueva Ley es la Ley del amor, no es cumplir normas.

Los que vais a ser recibidos en esta Hermandad, habréis llegado aquí por alguna razón: por devoción, amistad, tradición… A partir de ahora, seréis hermanos. Adquirís un derecho: llamar hermanos a todos los que están aquí. Y adquirís también una responsabilidad: ellos os llamarán hermanos.

Ser hermanos no es pagar una cuota, implica mucho más. Tenemos la misma fe, tenemos la misma norma, la única, la del Amor. Implica que venimos aquí porque queremos ser santos y solos no podemos. Juntos sí. Con los años, se nos puede olvidar y acudimos tan solo a por la papeleta de sitio. Olvidamos por tanto, que somos hermanos.

Esto nos ofrece el Señor, Él nos pide amar. Esforcémonos firmemente en esto.


Tras la meditación, se llevó a cabo la recepción canónica de los siguientes hermanos:

Alberto Saldaña Contreras
Gloria Mª De Mora Tamayo
Ignacio Fernández Sancho
Enrique Fernández García
Mª Milagrosa Sánchez Sánchez
Carlos Gavira Medina
Mercedes González Castellano
José Julio Toro Gil
Alejandro De La Barrera Sánchez

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