sábado, 17 de marzo de 2012

REFLEXIÓN CUARTO DÍA DEL QUINARIO (16/03/2012)


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El evangelio del quinto día de Quinario, corresponde al evangelio del día, Marcos 12, 28-34:

En aquel tiempo, uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús le respondió: “El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos. El escriba replicó: Muy bien, Maestro. Tienes razón, cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Jesús, viendo que había hablado muy sensatamente, le dijo: No estás lejos del Reino de Dios. Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas”.

Hay cosas en la vida que son incomprensibles, que no tienen explicación. Hay cosas en la vida que cuesta entender su porqué: el eslabón perdido, los agujeros negros, por qué estamos en crisis si todos los partidos políticos afirman saber cómo salir de ella…

También debería sorprender que dos mil años después estemos vacunados contra el Evangelio.

No era extraño en tiempos de Jesús que un escriba le preguntase cual era el mandamiento principal, si hoy seguimos preguntándonos que hay que hacer para ganarse el cielo.

Cada escuela en época de Jesús trataba de ver de todas las leyes de Israel (eran más de 600 preceptos), cual era la más importante, de cual derivaban todas las demás. Un escriba intentando escrutar la Ley oye hablar de Jesús y va a preguntarle. Jesús no se calienta mucho la cabeza. Recita lo que decía el Deuteronomio: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor. amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos.

Esta traducción que hemos proclamado no hace justicia. Hemos cambiado el sentido. Hemos puesto el acento en el verbo “amarás”, sin embargo el imperativo, el verdadero verbo es “escucha”.

Llevamos dos mil años sin querer escuchar. Cuando las cosas nos pesan, no queremos oír, no escuchamos bien. El Señor nos repite una y otra vez: Escucha, escucha.

Cuando venimos a la Iglesia, hacemos de todo menos escuchar: rezo, pido, imploro… Le abrimos el corazón a Dios pero sobre todo Dios habla, te habla. Y hay dos opciones: o hablas tu, o habla Él. Hay una palabra de Dios para ti, porque te conoce, sabe hablarte al corazón, pero debemos saber escuchar.

El tiempo de Cuaresma es un tiempo para escuchar. Cada día de Cuaresma tiene una lectura del evangelio para que profundicemos, para que entendamos el mensaje de Jesús. Primero, escuchar. Sino escuchamos a Dios, ¿sólo nos escuchamos a nosotros mismos? Solo hay una palabra válida, la Palabra de Dios. Hay muchas voces a nuestro alrededor, pero solo una Palabra es válida.

Se trata de que en la oración seamos dos, si hablas tú solo, eres un maleducado, una persona sin delicadeza. Habla tú y deja que hable Dios. Necesitamos entonces silencio, silencio exterior e interior, Dejar a un lado nuestros pensamientos, nuestras locuras…

Otro pilar de la Cuaresma es el ayuno, la penitencia. Después del “escucha”, viene el amor. Tú amas porque Dios es amor. El amor viene de Dios. Arrimándote a Dios, sabrás lo que es el amor y sabrás amar.

Dios te da el mandamiento y los instrumentos para que lo alcances. No se trata de infringir leyes. Ese es el pecado. Se trata de amar. Se trata de ser santos, porque Dios es santo. Si Dios es amor, perdón y misericordia, todo lo que no amemos es pecado, todo lo que no perdonemos es pecado, cada vez que no seamos misericordiosos, estaremos pecando. Lo que no amamos, eso es el pecado. Todo lo que no sea santo, ese es el pecado.

Esto conforma también nuestra penitencia, porque amar es sufrir. Toda caricatura del amor es proporcional a lo que huimos del compromiso, del sufrimiento. Queremos buscar el amor huyendo del sufrimiento. Para llegar al amor, hay que pasar por la prueba. El amor se aquilata a fuego.

Otro pilar es la caridad. Si amo a Dios, estás amando a los hermanos. Amando a los hermanos amaremos a Dios. ¿Es tan difícil entender todo esto? Todos intentamos buscar la felicidad. Aún no hemos acabado de entenderlo. Los que seguimos a Jesucristo, seguimos arrastrados por el barro del rencor, del egoísmo, de la injuria, del amor propio…

Hay que escuchar y nos daremos cuenta de que no hace falta ni holocaustos ni sacrificios. Una persona que se entrega a los demás, que se desvive por los demás, está amando de verdad aunque no sea católico y no está lejos del Reino de Dios.

Que nos acerquemos cada día más al Reino de Dios, que cada día crezca en nosotros el amor verdadero.
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