12-04-2009 12:25 GABRIEL ÁLVAREZ
El mar morado que invadió la calle Larga, de ese color tan luminoso cuando la primera hora de la tarde le brinda el sol del barrio de San Pedro como oscurecido con la noche para mayor invitación penitencial, dejó boquiabiertos a los jerezanos y visitantes cuando la Hermandad de Nuestra Señora de Loreto en su Soledad la ocupaba con una clase y una compostura que son contrapunto del Viernes Santo. Desde la cruz de guía de Jesús Domínguez, con curiosa sección hexagonal, la cofradía, que en la Cruz tiene a su primer titular, dejó un poso increíblemente grato tras trazas tan distintas por delante de sí como tras el paso de plata de la Patrona de la Aviación.
El impacto cromático brindado venía reforzado incluso por una cera, portada al cuadril por los nazarenos, y la condición de un patrocinio jamás olvidado por mucho que haga años que nos quedáramos sin el Ala 22 de la recordada Base de La Parra acudía al encuentro con el público por medio de comandante, teniente coronel, suboficial, cabos primera y soldado primera. Por delante, signo del detallismo emprendido con tanto acierto por los cofrades que encabeza Eduardo Velo como hermano mayor, dos servidores revestidos de librea escoltaban al diputado de cruz que marchaba por delante de un par de parejas de cera ante la cruz de guía.
Y, con todo, los más deliciosos acentos de Loreto en la calle se propusieron sobre el paso neobarroco singular por ser misterio -el de la Virgen al pie de la Cruz- montado sobre orfebrería y no talla. La dolorosa, con los bordados asimétricos característicos de su saya y manto, ofrecía, ante la cruz con las escaleras, un exorno floral de siempreviva morada que dejaba sitio, a las mismas plantas de la imagen, alguna flor blanca de un sentido especial. Por cada hermano fallecido cada año, la cofradía coloca una de esas flores que, luego, seca y enmarca para entregar a la familia llegada, el 10 de diciembre del mismo año, la fiesta de Nuestra Señora de Loreto.
A Juan de Astorga se atribuye la Virgen y, lo fuera o no, su unción dice lo suficiente cuando, tras capilla musical, alcanza el admirado fiel en la calle el cariz de una mirada inolvidable. Todo el cortejo es Ella misma reflejado en insignias como el de la Santa Casa. «Aquí el verbo se hizo carne» reza la leyenda de semejante estandarte mientras, espléndidamente vestida por Jesús Tamayo y a hombros de los hombres de González Leal, la Señora de San Pedro terminaría alcanzado este templo parroquial.
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