sábado, 31 de agosto de 2019

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: 22º DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C – (1- 9 2019)

LUCAS 14, 1.7-14.

“En aquel tiempo, entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: “Cédele el puesto a éste”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». Y dijo al que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».”


“Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios”, sabias palabras que hemos escuchado en la primera lectura del libro del Eclesiástico. “Todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”, radical esta sentencia de Jesús que nos dirige en el texto evangélico de este domingo ya de finales de verano. Muy claro también el ejemplo de los convidados a la boda que nos ha puesto el Maestro en este día de fiesta.

Toda la palabra de Dios de hoy nos habla de la importancia de la humildad y la sencillez en el repertorio de conductas de los cristianos. Pero es un tema del que da mucho, mucho reparo hablar, porque se pueden decir muchas cosas sobre él y todo el mundo está de acuerdo en ellas, pero eso hace precisamente que no se lleven a la práctica, que no se cumplan a la hora de hacerlo realidad, es un tema en que muy fácilmente se puede caer en la demagogia, que es lo mismo que decir cosas sabiendo que no se cumplen. O sea es un tema del que se suele hablar mucho, pero que después nadie hacemos lo que decimos o creemos sobre él.

Las grandezas humanas. Qué necesidad de subirse a ellas, creérselas, y mirar con desprecio a los demás creyéndonos más altos, más grandes y más dignos que ellos. Qué común es ver este tipo de comportamiento en todos los estamentos de la sociedad, también en el eclesiástico, y entre los creyentes. Los escalafones, los peldaños, los altos y bajos niveles. Todos aspiramos a ellos. Cuando nuestra relación con el que tenemos al lado es para creernos mejores que él, más sobresalientes, anida en nosotros una gran equivocación que nos aleja del mensaje cristiano. Nos cuesta aceptar que todos somos igualmente pecadores e igualmente necesitados de la misericordia de Dios, a qué viene ese sentirse como merecedor de esos primeros puestos, cuando el Señor, como vimos el domingo pasado, mandaba a estos a los últimos, precisamente por esa actitud de vanagloria.

La dignidad no la da ni el poder, ni el cargo, ni los ascensos, ni lo reconocimientos, nuestra dignidad emana de nuestra condición de personas, y si además añadimos nuestra condición de Hijos de Dios, eso es lo que nos dignifica y echa por tierra todo lo que huele a soberbia y prepotencia.

Cuando cualquier cargo o responsabilidad que podamos tener nos sirve para apartarnos de los otros o ponernos enfrente de ellos, cuando sirve para alimentar la propia vanidad y no se entiende como un verdadero servicio, cuando es excusa para pisar a los demás en su integridad y dignidad, nos estamos desviando de lo que es el espíritu evangélico, el verdadero espíritu de Jesús. Estamos creyendo una cosa y practicando otra muy distinta, de ahí la dificultad que les decía al principio a la hora de hablar de este tema.

Ahora bien, el cristiano se sabe imperfecto y se reconoce pecador, necesitado de conversión, y debe saber reconocer esta falta en él, pero al mismo tiempo vive en la esperanza de la superación constante, se sabe querido y perdonado por Dios y eso lo lanza a una realidad enormemente creativa y llena de vida. Se siente pequeño y humilde, porque percibe la realidad de sus fracasos, de sus fallos, pero al reconocer la misericordia constante de Dios eso le da nuevos ánimos en su luchar diario, mirando siempre hacia delante en todos sus proyectos, abriéndose a todo lo que la sociedad le ofrece de bueno y estimulante, desarrollando un espíritu de apertura ante las nuevas realidades, no teniendo miedo a todo lo que es manifestación de ideas en este mundo tan plural que nos ha tocado vivir, sabiendo convivir con todos, estando atentos a todos. Y esto lo hacemos desde ese reconocimiento de la presencia de Dios junto a nosotros.

Le pedimos al Señor que haga desaparecer de nosotros todo lo que significa soberbia, y creernos superiores a los demás, todo lo que signifique orgullo y vanidad, porque eso hace que no nos llevemos bien unos con otros. Recordamos de forma especial a todos los que sufren, a los que están solos, enfermos, a todos los que necesitan de nosotros y nosotros le damos de lado.


D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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