sábado, 3 de agosto de 2019

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: 18º DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C – (4-8-2019)

LUCAS 12, 13-21.

“En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia». Él le contestó: «Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?». Y dijo a la gente: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». Y les propuso una parábola: «Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: “¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha”. Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida”. Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”. Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios».”

La recomendación de San Pablo en su carta los cristianos de la ciudad de Colosas y el evangelio de san Lucas nos van a servir de guía, para nuestra reflexión, en este domingo veraniego.

En nuestra vida quizá nos preocupe demasiado el tener, el conservar y acumular los bienes de la tierra: el dinero, el prestigio social, el mirar por encima del hombro a los otros. El apóstol nos propone una mayor altura de miras. Nada puede ser más valioso que la vida misma; ningún bien pasajero puede ser comparable al bien de la vida feliz y eterna. Es más, para el cristiano, el amor, el seguimiento de Jesús, la fraternidad con todos, el perdón de las ofensas, la búsqueda de la voluntad de Dios, y tantos otros valores que el Señor nos enseñó, deben primar sobre los afanes de poseer, de tener cuanto más mejor, y que parece que son los que más nos preocupan. Nadie niega que los bienes de la tierra sean necesarios, lo son sin duda, pero sí negamos que esos bienes tengan que suplir la importancia de esos otros que están por encima del excesivo afán de acumular, y de juntar, y que ese afán apague y haga desaparecer esos otros valores que nos hacen tener un punto de mira distinto.

El evangelio que hemos escuchado viene a confirmar esto que acabamos de decir: aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes. Qué razón tiene esta frase. La medida de la vida no la da lo material, o mejor no la da únicamente lo material. La parábola nos sitúa ante una persona que no ha calculado bien, ha pensado únicamente en su vida pero mirando sólo de tejas para abajo. No ha pensado que su vida depende también de otras cosas, de otros valores, de otras decisiones, de otros acontecimientos. Ha calculado su bienestar únicamente desde los bienes acumulados, y en esto está precisamente su error. No va a disfrutar de nada de lo que ha acumulado, otros lo harán, pero su vida trascurrirá por unos derroteros que él ni siquiera había intuido.

La sentencia final de la parábola vuelve a enfrentar a los bienes de aquí abajo y los bienes de allá arriba; vuelve a enfrentar lo que es la riqueza para sí y la riqueza para Dios. Esta última es la que debe importarnos y no tanto la primera. La primera (la riqueza para sí) es completamente insolidaria, egoísta, (túmbate, come y bebe y date buena vida), sólo piensa en sí mismo, no tiene para nada en cuenta lo que pasa alrededor, únicamente piensa en acumular sin reparar en los medios utilizados y sin preocuparse de nada más.

No cabe duda de que Jesús condena muy duramente dos defectos, que por otra parte pueden anidar muy fácilmente en nuestro corazón, que son la ambición y la codicia. La ambición y la codicia representan ese desmesurado afán por poseer, por tener cuanto más mejor, sin reparar en nada ni en nadie, sin pensar en cómo se llega a tener tanto, y sin reparar que a tu lado, hay gente, hay personas, que están menguando cada vez que tú estás amontonado más. El codicioso, y el ambicioso están muy lejos de los planes del Señor para con nosotros, están muy lejos de lo que significa el mensaje solidario de Jesús.

Y no se trata como decimos siempre de que miremos para otro lado, o que juzguemos a otros sobre este mensaje, no, se trata de que me juzgue a mí mismo. Que descubra las veces que mi corazón siente y se comporta con esas dosis de codicia y de ambición, que haga un examen serio, siendo capaz de descubrir lo que hay en mí de codicioso y de ambicioso, que a lo peor es más de lo que creo.

Por eso en este domingo le pedimos al Señor que destierre de nuestro corazón todo lo que hay en él de insolidario, todo ese afán de tener por tener, de considerarnos importantes no por lo que somos, sino por lo que tenemos. Que haga de nuestro corazón un corazón de carne, que siente, que es sensible a las necesidades de lo demás, y elimine ese corazón duro, se lo pedimos al Señor.

Y lo hacemos al tiempo que pedimos por todos los que sufren, los enfermos, especialmente a los que conocemos, los que están solos, pedimos por aquellos a los que les falta los más importante para vivir que es el sentirse querido por las personas que tienen cerca, pedimos por ellos.

D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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