sábado, 24 de agosto de 2019

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: 21º DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C – (25-8-2019

LUCAS 13, 22-30.

“En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó: «Señor, ¿serán pocos los que se salven?». Jesús les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: Señor, ábrenos; y él os replicará: No sé quiénes sois. Entonces comenzaréis a decir: Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas. Pero él os replicará: No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados. Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán los primeros y primeros que serán los últimos».”


El texto del evangelio de hoy se ha prestado a muchas interpretaciones, pero en el fondo encaja perfectamente con lo que es central en el evangelio de San Lucas, evangelista que se caracteriza por describir a un Dios que siempre tiene presentes a los excluidos y marginados de entonces (los leprosos, las prostitutas, los pecadores), los cuales son su preferidos, y por su idea de presentar a Dios como sumamente misericordioso con todos y no sólo con unos cuantos privilegiados.

A la pregunta que le hacen a Jesús sobre las posibilidades de salvarse de unos y otros, que en definitiva da por sentado de que Dios selecciona a unos en detrimento de otros, Jesús, con la habilidad que le caracterizaba, no responde directamente, sino que lo hace con una imagen en la que habiendo primeros y últimos, lo que no está muy claro es quienes serán unos y quienes serán otros.

¿Quiénes son los primeros y los últimos para Dios? Esta es la pregunta clave a la que hay que intentar responder no con nuestros criterios, sino con los criterios de Dios, porque si no a que viene esa sentencia de Jesús: Hay primeros que serán últimos y últimos que serán primeros.

Hay algunos, que ellos se consideran primeros, que están deseando que se abran las puertas y ocupar los puestos de privilegio, son los que se creen que van a tener la opción de entrar y disfrutar porque se lo han ganado. Están completamente seguros de que a ellos les llegará la entrada y se ven pasando por ese torno selectivo que se abre únicamente para los que tienen el correspondiente pase. Piensan que a los demás es dudoso, más bien casi seguro, que no les tocará la suerte de poder entrar. Y si el aforo, como dicen otros es pequeño, habrá muchos más aspirantes que plazas. Contra los que piensan así, es contra los que van dirigidas estas palabras de Jesús.

Lo que diferencia a los integrantes de esa fila imaginaria que Jesús hace, es que éste, Jesús, tira por tierra la seguridad que tienen unos y otros: mientras que para unos la seguridad la tienen porque se la han ganado con sus propias fuerzas y su conducta, lo cual es señal de autosuficiencia, los otros sólo confían en que ocurra algo que les permita entrar, porque saben que sus méritos nunca serán suficientes, esa es la diferencia. Pero lo que no hacen estos últimos, es quitarse de la fila, no, ellos a pesar de ser los últimos están ahí, porque saben que algo tiene que suceder que les va a permitir entrar. Y ese algo es su confianza en un Dios misericordioso que es capaz de hacer cualquier cosa para que todos entren, incluso que los primeros sean últimos y los últimos primeros. En un Dios que presenta la salvación desde la absoluta libertad de su amor infinito, más allá de nuestros méritos y nuestras imposiciones.

Cuando pensamos que Dios debe ser como nosotros pensamos y somos capaces de exigirle que se adapte a nuestras pretensiones, llega Él y nos sacude los esquemas, sacude nuestras seguridades y la imagen que nos habíamos creado para que la reconstruyamos con un mayor sentido de fidelidad al modelo que Él quiere mostrarnos.

En el espacio de Dios cabemos todos, los de una raza y los de todas las razas, los de un color y los de todos los colores. Los de una religión y los de todas las religiones. Ya lo había intuido Isaías con la belleza de la imagen que hemos escuchado en la primera lectura: Vendré para reunir a las naciones de toda lengua, de todos los sitios, de todos los rincones. La ciudad del Dios está abierta a todos, con una puerta estrecha, pero no una puerta cerrada. En las puertas estrechas hace falta mucha generosidad para poder entrar, porque no se caben todos a la vez, hace falta ser solidario para ayudar a otros a entrar y no preocuparnos sólo de nosotros.

Por eso hoy le pedimos al Señor, que nos de la fuerza suficiente para sentirnos invitados a entrar por la puerta que Dios nos señala, nadie debe quedarse fuera, todos estamos invitados. Le pedimos al Señor que nos de fuerza para intentarlo, se lo pedimos los unos para los otros, al tiempo nos acordamos de los que sufren las consecuencias del odio por cuestiones políticas o religiosas, de los que están solos, de los enfermos, especialmente los que conocemos o son de nuestras familias.

D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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