lunes, 27 de febrero de 2017

MIÉRCOLES DE CENIZA – CICLO A – (1-3-2017)

Lectura del santo evangelio según san Mateo 6,1-6.16-18


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.

Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará.

Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga.

Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará."



CUARESMA Y CENIZA.


La Cuaresma es a menudo sinónimo de penitencia y privaciones, cuando de lo que se trata fundamentalmente y además de lo anterior, es de conversión y de vuelta a las fuentes evangélicas. Durante este periodo que precede a la Pascua los cristianos y la Iglesia están particularmente llamados a liberarse de las ataduras del pecado y de todo lo que conduce a él, a apartar los obstáculos que estorban el camino hacia Dios y el encuentro fraterno con los otros. Esto no se consigue sin renuncias. Pero estas renuncias son medios para liberar el cuerpo, el corazón y el espíritu de todo lo que dificulta la marcha, no objetivos que tengan un valor intrínseco. Aunque cuesten, no tienen nada de frustrante; todo lo contrario. Inspiradas por la fe en la misericordia y el amor de Dios, no producen absolutamente ninguna forma de tristeza debilitadora. La palabra de Dios traza los caminos de la verdad y de la vida. La oración mantiene su orientación sobrenatural y su apertura a la gracia. La caridad, por último, los guarda de todo tipo de repliegue sobre sí mismo y de formalismo.

La Cuaresma nos invita a tomar en serio las llamadas y advertencias de Dios, las enseñanzas y el ejemplo de Cristo, la fe y la esperanza en el Reino futuro. Todo ha de valorarse con criterios seguros: el mundo y cuanto contiene, los bienes de este mundo y la vida misma.

En la Cuaresma, Cristo nos precede y acompaña. Él ha vencido a Satanás superando sus tentaciones (primer domingo de los tres ciclos) y muestra su gloria para animar a sus discípulos en el arduo camino de la fe (segundo domingo de los tres ciclos). El es la fuente de agua viva, la luz que devuelve la vista a los ciegos y la vida a los muertos (ciclo A). Mesías crucificado, fuerza y sabiduría de Dios, ofrece la salvación a los que acuden a él, y, desde la cruz, atrae a todos los hombres hacia él (ciclo B). Revela la paciencia y la infinita misericordia del Padre, que, con los brazos abiertos, acoge a sus hijos pródigos, e invita a la fiesta del regreso a los hijos que se han quedado en casa (ciclo C).

La Cuaresma tiende también a presentarse como un largo retiro espiritual. Mayor fidelidad y fervor en el cumplimiento de los compromisos religiosos, participación en especiales «prácticas espirituales», moderación en la bebida, la comida y las diversiones, actos de caridad y gestos de solidaridad hacia los más pobres, son, en esta perspectiva, otros tantos temas de la predicación cuaresmal tradicional. Pero todo eso no hace de la Cuaresma un paréntesis piadoso en la vida ordinaria de los cristianos y de la Iglesia. Su finalidad es mover a la experiencia de lo que la existencia cristiana personal y eclesial debería ser siempre. De hecho, durante los cuarenta días de la Cuaresma no se propone realmente nada extraordinario con respecto a las exigencias fundamentales del Evangelio. Más bien se nos recuerdan con insistencia para que, personal y comunitariamente, nos esforcemos por integrarlas o reintegrarlas mejor en la vida cotidiana, al precio, si es necesario, de cuestionamientos y reajustes. Porque la predicación del Señor, de los apóstoles y de la Iglesia urge a los fieles y a las comunidades a progresar sin cesar durante todo el año; no hay vida cristiana sin conversión continua. La primera lectura de cada domingo de Cuaresma evoca alguna de las grandes etapas de la historia de la salvación. Para comprender la novedad del Evangelio hay que tener presente lo que lo ha preparado misteriosamente. Esta rememoración dirige la mirada, no hacia el pasado, sino hacia el presente y el futuro, hacia el cumplimiento del designio de Dios hoy y la esperada vuelta del Señor.

Finalmente, la Cuaresma nos hace recorrer cada año, junto con los catecúmenos, las diversas etapas de la iniciación cristiana. «Convertíos en lo que sois! », repite sin cesar y de múltiples maneras la liturgia cuaresmal.

«Pues si bien los hombres renacen a la vida nueva principalmente por el bautismo, como a todos nos es necesario renovarnos cada día de las manchas de nuestra condición pecadora, y no hay nadie que no tenga que ser cada vez mejor en la escala de la perfección, debemos esforzarnos para que nadie se encuentre bajo el efecto de los viejos vicios el día de la redención. Por ello, en estos días, hay que poner especial solicitud y devoción en cumplir aquellas cosas que los cristianos deben realizar en todo tiempo».


(SAN LEÓN MAGNO, Sermón 6 sobre la cuaresma)


El Miércoles de Ceniza, con el que se inicia la Cuaresma, los cristianos son invitados a vivir un tiempo de recogimiento y de reflexión antes de emprender juntos el largo ascenso hacia la Pascua del Señor. Dios, por voz del profeta Joel , de san Pablo y del mismo Jesús, les recuerda la meta que han de alcanzar, los medios que utilizar y el espíritu con que deben caminar.

Este día comienza para la Iglesia y para los cristianos un itinerario de conversión a Dios, de quien el pecado los ha apartado: «Perdona. Señor, a tu pueblo» ( primera lectura: Jl 2,12-18). «Ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación»; «En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios» (segunda lectura: 2Co 5,20—6,2). El ayuno, la oración y la limosna, las tres «prácticas» tradicionales de la Cuaresma, deben llevarse a cabo sin caer en la ostentación: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos»; tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará» (Mt 6,1-6.16-18). Jesús no niega el valor de la limosna ni de la oración ni del ayuno. Lo que hace es poner en guardia frente a las prácticas hechas por ostentación. Estas pueden engañar a los hombres, pero no a Dios, que ve las intenciones del corazón. Una advertencia siempre actual, porque el fariseísmo sigue acechando, hoy como ayer a las mejores prácticas.

Viene luego el rito propio de este día. La ceniza evoca en la Biblia todo lo caduco, lo que no tiene valor. Echarse ceniza en la cabeza era signo de duelo y arrepentimiento. Los cristianos adoptaron con toda naturalidad esta costumbre antigua, en particular cuando eran admitidos en el grupo de los penitentes (siglos III-V). No obstante, la imposición de la ceniza no se convirtió en un rito litúrgico de comienzo de la Cuaresma hasta el siglo X, en los países renanos, para pasar luego a Italia y finalmente a Roma (siglos XII-XIII).

Recibir la ceniza, en el marco de la celebración comunitaria, es confesar la pertenencia al pueblo de pecadores que se vuelve hacia Dios con confianza para resucitar con el Cristo de la Pascua, vencedor del pecado y de la muerte: «Convertíos y creed el Evangelio».

José Antonio Pagola.

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