sábado, 27 de febrero de 2021

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: 2º DE CUARESMA – CICLO B – (28-2-2021)

 Lectura del santo evangelio según san Marcos 9, 2-10


“En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.

Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: - «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Ellas.»

Estaban asustados, y no sabía lo que decía.

Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:

- «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.»

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

- «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».”


LA ENTREGA DEL HIJO

“Juro por mí mismo –oráculo del Señor-: por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa” (Gén 22,16-17). El domingo pasado recordábamos el pacto de Dios con Noé. La primera lectura de hoy nos presenta esta alianza de Dios con Abraham.

A muchos ha escandalizado la decisión de Abraham de sacrificar a su hijo Isaac. Seguramente, el texto trata de mostrar la diferencia entre los hebreos y los pueblos cananeos. Si estos sacrificaban sus hijos ante sus dioses de la fertilidad, el Dios de Israel solo desea el gesto de la fe y la obediencia de los creyentes.

Pero este texto tan rico subraya también la generosidad de Abraham que no dudaba en entregar a su hijo. Esa es la grandeza y la radicalidad de la fe. San Pablo atribuye esa generosidad al mismo Dios que entregó a su propio Hijo por nosotros (Rom 8,31-36).


LA VOZ DE LO ALTO

El evangelio de este segundo domingo de cuaresma retorna sobre la misma idea de la entrega del Hijo. Como todos los años, en este día se ofrece a nuestra meditación el misterio de la Transfiguración de Jesús en lo alto de un monte. Y, al igual que a sus discípulos predilectos, también a nosotros se nos invita a escuchar la voz que sale de la nube de su gloria: “Este es mi Hijo amado, escuchadlo” (Mc 9,7).

• Jesús es el Hijo de Dios. En el monte también nosotros descubrimos que Dios es Padre. En un mundo que desprecia la paternidad, sabemos que no estamos huérfanos. En Jesús se nos revela la gloria del mismo Dios, que se abaja hasta nuestra pobreza y nuestra miseria.

• Jesús es el Hijo amado por Dios. En el monte también nosotros descubrimos que Dios es amor. En un mundo que vive en la indiferencia, sabemos que nuestra causa le interesa. En Jesús se nos muestra la ternura de Dios, que nos comprende y nos perdona.

• Jesús es el Maestro y el Profeta enviado por Dios. En el monte también nosotros descubrimos que Dios nos habla. En un mundo que se ve invadido por los falsos profetas, como ha dicho el papa Francisco, sabemos que en Jesús podemos oír la palabra de la verdad.


EL TESTIMONIO

Con todo, no podemos permanecer siempre en el monte, en el que se nos revela la gloria y la cercanía de Dios. También nosotros tenemos que descender al valle de la cotidianidad y la rutina. Mientras bajamos al llano, Jesús nos da un aviso.

• En primer lugar, nos exhorta a la discreción. El llamado “secreto mesiánico”, tan característico del evangelio de Marcos, se traduce hoy en la necesidad de ese testimonio cristiano que se expresa en la coherencia de la vida.

• En segundo lugar, Jesús nos invita a meditar el misterio de su entrega a la muerte y a anunciar a todo el mundo su resurrección de entre los muertos.

- Padre de los cielos, Tú nos has entregado a tu hijo amado. En él hemos descubierto tu gloria y tu amor. Gracias a su vida, su muerte y su resurrección, queremos ser testigos de tu bondad y de tu gracia. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.


José-Román Flecha Andrés.

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