viernes, 26 de abril de 2019

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: 2º DE PASCUA – CICLO C – (28-4-2019)

JUAN 20, 19-31.

“En aquel tiempo, al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envió yo». Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto». Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre”.


Este domingo cierra la celebración del día de Pascua, la Resurrección es una noticia tan extraordinaria que su celebración no puede durar un día solamente. Es verdad que el tiempo Pascual se extenderá hasta el domingo de Pentecostés con la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, pero los ocho días después de la Resurrección tienen un significado especial, pues es como si cada uno de ellos fuera el propio día de la Resurrección. La alegría desbordante de la Pascua ha llevado a recoger los lutos negros y morados del Viernes Santo y a sustituirlos por el color blanco, los pasos de la pasión se sustituyen por las imágenes del Resucitado, aparecen las romerías y la fiesta. Es la Pascua de Jesús, el paso de la muerte a la vida.

El texto del evangelio que hemos leído, sitúa la acción en el mismo día de la Resurrección. Jesús con una nueva presencia, que supera lo meramente físico, se deja ver por los discípulos. Se coloca en el centro y les enseña las manos y el costado, y les desea la paz no una vez si no tres veces, lo que nos indica la importancia que da Jesús a esta palabra. La reacción de los discípulos no es de miedo o de temor, sino que se llenan de una inmensa alegría. Comienza ahora una nueva etapa, es el final de la actividad de Jesús y el comienzo de la actividad de los discípulos, ellos, por encargo de Jesús, serán sus testigos lo mismo que Él ha sido testimonio del Padre que lo envió, ellos si se atreven, que se atrevieron, tendrán que coger el testigo que les entrega Jesús y ser los trasmisores de su Buena Noticia.

Lo mismo que los discípulos fueron los continuadores de la acción de Jesús, nosotros los cristianos de hoy, si nos atrevemos, tendremos que ser los que sigamos esa línea de acción. La fe en Jesús resucitado nos une a esos primeros creyentes. De la misma manera que somos los continuadores de esos primeros grupos de cristianos, que comienzan a darse a conocer y que nos describe el libro de los Hechos de los Apóstoles, para ellos, también, lo mismo que para nosotros, la realidad de la Resurrección es la que nos empuja y el punto de arranque de nuestra fe.

Y tenemos el ejemplo de Tomás, este apóstol está ausente en la primera aparición, y tendría que haber creído por el testimonio de los otros discípulos. Pero sus ojos no miran con la mirada trascendente, apela a lo racional, a lo palpable, a lo material: “Si no lo veo no lo creo”, un razonamiento, por otro lado, bastante lógico. ¿Cuántas veces soy yo como Tomás? Por eso, una y mil veces, gracias Tomás, por ser uno más como nosotros. Gracias por adelantarte a nuestro tiempo y sentir anticipadamente la necesidad del ver para creer de tus descendientes en la fe. En nuestra fe somos muchas veces, hijos de la duda, de la indecisión, de la obstinación, y nos negamos a creer de verdad. En el fondo, al hombre de fe siempre le acompaña la tentación de la duda. Y Tomás tuvo la suerte de poder ver al Señor, cosa que yo no voy a poder hacer, y por la que el Señor dirá “bienaventurados los que crean sin haber visto”. La respuesta a la duda siempre será la confianza plena, el aquí estoy sin condiciones, pero, no siempre estoy en la disposición necesaria para poder decirlo de esa manera, no siempre me atrevo a ponerme en las manos de Dios sin exigir nada. El ejemplo de Tomás no es que nos sirva a nosotros de consuelo, pero si nos sirve para identificarnos con él, reconocer nuestras tentaciones, y estos quizá sean los primeros pasos para poder superarlas.

Le pedimos al Señor en este domingo, después de haber celebrado su Muerte y su Resurrección, que aumente nuestra fe, que haga de nuestra fe una fe más fuerte, más auténtica, más profunda, más comprometida. Que nos de la fuerza necesaria para reconocer nuestras carencias, nuestros errores, y nuestros fallos, para así poder decirle también como le dijo Tomás “Señor mío y Dios mío”.

Pedimos como siempre los unos por los otros, por lo que más lo necesitados de nosotros, los pobres, los enfermos, los que están solos, los que no tienen a nadie que les quiera.

D. Antonio Pariente, párroco de la Parroquia de San Blas de Cáceres.
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