viernes, 22 de junio de 2018

EL EVANGELIO DEL DOMINGO: SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA – CICLO B – (24-6-2018)

Lectura del santo evangelio según san Lucas, 1,57-66.80


“A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como su padre. La madre intervino diciendo: ¡No! se va a llamar Juan. Le replicaron: Ninguno de tus parientes se llama así. Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: Juan es su nombre. Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaba diciendo: ¿Qué va a ser este niño? Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo, y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel “.


REDESCUBRIR LA FIESTA


El Señor le había hecho gran misericordia...

La festividad de San Juan representa el pórtico de las fiestas que a lo largo del verano se irán celebrando en nuestros pueblos.

Pero, ¿qué es «hacer fiesta»? ¿Qué es lo que diferencia al día de fiesta de un día ordinario? «¿Por qué unos días son mayores que otros si todo el año la luz nos viene del sol?», se pregunta el libro del Eclesiástico.

Son bastantes los que piensan que el hombre actual está perdiendo la capacidad de «celebrar fiestas». Algunos llegan a hablar de una «civilización sin fiestas».

Cuando «la actividad desnuda», el trabajo y la eficacia marcan el sistema de una sociedad y nuestra vida entera, la fiesta queda como vacía de su contenido más hondo.

La fiesta se convierte entonces en día «no laborable», día de vacación. Un tiempo en el que, paradójicamente, hay que «trabajar» y esforzarse por conseguir una alegría que de ordinario no hay en nuestra vida.

Entonces la fiesta deja su lugar al espectáculo, el turismo, la huida de los viajes o la ebriedad de «las salas de fiesta».

Pero la fiesta es mucho más que una «suspensión del trabajo» o una distensión física. El hombre es mucho más que un «animal laborable» o una máquina que necesita recuperación.

Necesitamos algo más que unas vacaciones que nos distraigan y nos hagan olvidar las preocupaciones que tienen habitualmente nuestros días de trabajo. Algo que no puede lograr «la industria del tiempo libre» por muchas fórmulas que invente para llenar o, como se dice expresivamente, para «matar el tiempo».

Lo importante es «vivir en fiesta» por dentro. Saber celebrar la vida. Abrirnos al regalo del Creador. Despertar lo mejor que hay en nosotros y que queda oscurecido por el olvido, la superficialidad, la actividad y el ritmo agitado de cada día.

Vivir con el corazón abierto a ese Padre que da sentido y valor definitivo a nuestro vivir diario. Sentirnos hermanos de los hombres y amigos de la creación entera. Dejar hablar a nuestro Dios y gustar su presencia cariñosa en nuestra existencia.

Entonces la fiesta se carga de un significado auténtico, se tiñe de una alegría que nada tiene que ver con el goce del trabajo eficaz y bien realizado, nos regenera y nos redime del hastío y el desgaste diario.

Quien no lo haya descubierto seguirá confundiendo lamentablemente las vacaciones con la fiesta, sencillamente porque es incapaz de «vivir en fiesta».


José Antonio Pagola

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