jueves, 23 de febrero de 2012

MEDITACIONES ANTE EL ECCE HOMO

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Publicamos este interesante documento que en la Meditación sobre el Ecce-Homo utilizamos anoche. Está extraída del Libro de la Oración y Meditación de Fray Luis de Granada de 1554 .
Aconsejamos su lectura a todos aquellos que anoche no pudieron acercarse a la Parroquia o bien a aquellos que, aun estando presentes anoche,deseen profundizar más en el mensaje de dicho escrito.



Acabada la coronación y escarnio del Salvador, le tomó el Juez por la mano, así como estaba, tan maltratado, y sacándole a vista del Pueblo furioso, les dijo: “Ecce-Homo”.

Les dijo esto, como si dijera:

- Si por envidia le procurabais dar la muerte; vedlo aquí tal, que no está para tenerle envidia, sino lástima.

- Si temíais que se hiciese Rey; vedlo aquí tan desfigurado, que apenas parece hombre.

- De estas manos atadas, ¿qué os teméis? A este hombre azotado, ¿que más le reclamáis?

Por esto puedes entender, alma mía, cómo saldría entonces el Salvador, pues el Juez creyó que bastaba la figura que allí traía, para quebrar el corazón de tales enemigos. En esto puedes bien entender, lo malo que puede ser para un cristiano no tener compasión de los dolores de Cristo: pues ellos eran tales, que bastaban (según creyó el Juez) para ablandar unos corazones tan fieros. Donde hay amor, hay dolor. Pues si dices que tienes amor de Cristo, ¿quién no tiene compasión de Cristo, viéndolo en esta figura?

Y si malo es no compadecerse de Cristo: ¿qué será acrecentar sus martirios y añadir dolor a su dolor? No pudo haber mayor crueldad en el mundo, que después de mostrada por el Juez tal figura, los enemigos respondieran aquella palabra tan cruel: “Crucifícalo, crucifícalo”.

Pues si tan grande fue esta crueldad, ¿cuál será la de un cristiano, que con las obras dice lo que no dice con las palabras? ¿No dice San Pablo que el que peca vuelve otra vez a crucificar al Hijo de Dios?; ¿Cuántas cosas de las que hacemos le obligarían otra vez a morir, como si la muerte pasada no bastara? Pues como tienes tu corazón y manos para crucificar tantas veces al Señor de esta manera, deberías considerar que así como el Juez presentó aquella figura tan lastimosa a los Judíos (creyendo, que no había otro medio más eficaz para apartarlos de su furor que aquella vista), así el Padre Eterno la representa hoy a todos los pecadores, entendiendo que verdaderamente no hay otro medio más poderoso para apartarlos del pecado, que ponerles delante tal figura.

Ahora pues piensa que Dios te pone a él también delante de ti, y que te está diciendo ”Ecce-Homo”, como si dijese:

- Mira este hombre cómo está, y acuérdate que es Dios, y que está de la manera que aquí lo ves, no por otra causa sino por los pecados del mundo.

- Mira cómo dejaron los pecados a Dios.

- Mira qué fue preciso hacer por el pecado.

- Mira lo abominable que es para Dios el pecado, pues consiguió destruir la cara de su Hijo.

- Mira la venganza que tomará Dios del pecador por sus pecados propios, pues esa fue la que tomó del Hijo por los ajenos.

- Mira finalmente el rigor de la divina Justicia y la malicia del pecado, la cual tan espantosamente resplandece en la Cara de Cristo.

- ¿Qué más se podría hacer para que los hombres temiesen a Dios y aborreciesen el pecado?

Parece que en este sentido actúo Dios con el hombre, como la buena Madre con la mala hija, que se le comienza a hacer liviana. Porque cuando no le valen ya palabras ni castigos, vuelve las iras contra sí misma: se da de bofetadas, se despedaza la cara y se pone así, desfigurada, delante de la hija, para que de esta forma conozca ella la grandeza de sus errores, y siquiera por lástima de la Madre se aparte de ellos.

Pues esta manera de remedio parece que tomó Dios aquí para testigo de los hombres, poniéndoles delante su divina Imagen, que es la Cara de su Hijo tan maltratada y desfigurada. Porque ya que por tantas reprehensiones y castigos como les había enviado antes por boca de sus Profetas, no se querían apartar del mal, se apartasen siquiera por lástima de ver la imagen de aquella divina Figura. De manera que como antes ponía las manos en los hombres, ahora vino a ponerlas en sí mismo, que era lo último que se podía hacer. Y por esto, aunque siempre fue gran maldad ofender a Dios; mucho más lo es después que tal figura tomó para destruir el pecado. Aunque no solo es gran maldad, sino también gran ingratitud y crueldad.

Perseverando en la contemplación de esta misma escena (además del aborrecimiento del pecado) puedes también de aquí adoptar un gran esfuerzo para confiar en Dios, considerando esta misma figura. Así como es poderosa para mover los corazones de los hombres, también lo es, y mucho más, para mover el de Dios.

Por esto debes tener en cuenta que la misma figura que sacó entonces el Salvador a los ojos del Pueblo furioso, esa misma representa hoy al Padre piadoso, con la sangre tan fresca y tan corriendo como estaba aquel mismo día. Pues ¿qué imagen puede ser más eficaz para amansar los ojos del Padre, que la cara mancillada de su Hijo? Éste es el Propiciatorio de oro: éste es el arco de diversos colores puesto entre las nubes del Cielo, con cuya vista se refleja Dios. Aquí se apacentaron sus ojos, aquí quedó satisfecha su justicia, aquí se le restituyó su honra, aquí se le hizo tal servicio, como convenía a su grandeza.

Pues dime, hombre débil y desconfiado, si en este momento estaba así la figura de Cristo, que bastaba para amansar los ojos crueles de tales enemigos, cuánto más lo estará para amansar los ojos de aquel Padre piadoso, especialmente padeciendo por su honra y obediencia todo aquello que padecía. Compárame ojos con ojos y persona con persona, y verás cuánto más segura tienes tú la misericordia del Padre, presentándote esta figura, que la que tuvo Pilato de los Judios, cuando allí se le presentó.

Pues en todas tus oraciones y tentaciones toma a este Señor por escudo y ponlo entre tú y Dios, y preséntalo ante Él diciendo “Ecce-Homo”:

- He aquí, Señor Dios, mío el hombre que tú buscas desde hace tantos años, para que se pusiese de por medio entre ti y los pecadores.

- ¡Oh defensor nuestro! Míranos Señor y para que así lo hagas, pon los ojos en la Cara de tu Cristo.

- Y Tú, Salvador y medianero nuestro, no ceses de presentarte ante los ojos del Padre por nosotros; y porque tuviste amor para ofrecer tus miembros al verdugo para que los atormentase, tenlo Señor para presentarlos al Padre Eterno, para que por tí nos perdone. 

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