sábado, 12 de septiembre de 2020

CARTA A UN HERMANO LAURETANO

Carta recibida en el día de hoy en el correo electrónico del blog :


Estimado hermano en Nuestra Señora de Loreto en su Soledad:

En este caluroso día de verano me he acordado de ti y, no sé por qué, el corazón me ha traído a la memoria una anécdota que compartimos en las primeras horas de la tarde del Viernes Santo del año 2006.

Yo estrenaba los nervios de ser diputado mayor de gobierno y tú estrenabas los mismos nervios de tantos Viernes Santos.

Habían terminado los Oficios en la parroquia, a los que habíamos asistido con otros hermanos, y los pocos de siempre nos dispusimos a preparar todo lo concerniente a la inminente estación de penitencia. Desalojamos los bancos, fijamos el sitio de cada nazareno identificándolo con un código personal de modo que la cofradía se montase en la iglesia exactamente igual a como iba a salir luego a la calle, distribuimos las insignias y las pesadas cajas de cirios, colocamos los ornamentos litúrgicos de los cuerpos de acólitos… y tantos otros detalles.

Casi sin darnos cuenta, estaba todo preparado y nos habíamos quedado los dos solos.

Como los pronósticos amenazaban lluvia y por las vidrieras intuíamos que la tarde se estaba poniendo nubosa, salimos a la calle a mirar cómo venía el cielo. Y fue entonces cuando vimos horrorizados que en plena calle Antona de Dios un perro, menos animal que su incívico dueño, había dejado un monumental “regalito”. Exaltado, dijiste casi gritando “¿cómo va a pasar la hermandad con “eso” ahí en medio?”. No sé si fue por inspiración divina o por efecto de los botellines de cruzcampo que nos habíamos tomado que recordé una frase que repetía don Antonio, mi querido párroco, en sus homilías dominicales: “el Señor necesita de nuestras manos para hacer el bien”. Y te dije: “quillo, te tocó, la Virgen necesita de tus manos para limpiar eso”. Dicho y hecho. Presuroso como siempre, sacaste un pañuelito de papel y con los ojos cerrados cogiste “aquello”, lo depositaste en una papelera y dejaste el camino expedito.

Un par de horas después, por ese punto exacto pasó la cofradía, que ese año estrenaba no sólo las túnicas sino también y sobre todo una nueva y anhelada forma de procesionar acorde con el misterio pasionista que exponemos a la veneración de los fieles, forma que desde el minuto cero caló en lo más íntimo de cada cofrade lauretano, haciéndola tan nuestra individual y colectivamente que parecía que llevásemos siglos saliendo así. Y pasó el cuerpo de nazarenos, corto pero compacto, solemne, clásico. Y pasó la Virgen, la más hermosa muchacha del barrio de san Pedro, joven y maternal a un tiempo, y no encontró en todo el recorrido mejor alfombra para sus benditos pies que aquellos breves centímetros del adoquinado de esa nuestra calle.

Ahora que tienes la salud quebrantada, ahora que los nubarrones de la incertidumbre oscurecen tu vida y la de todos los que te apreciamos, te evoco con emoción en aquella tarde de Viernes Santo de hace ya década y media (tempus fugit) y te recuerdo feliz, ilusionado, esperanzado por todo lo que teníamos que vivir.

Que la Santísima Virgen, Salud de los enfermos, te conceda ahora más que nunca conservar esos mismos sentimientos: Felicidad, Ilusión y Esperanza.

Ánimo, hermano. Rezamos por ti, por vosotros.

Fraternalmente,

Lorenzo Calderón Padilla.

En la M.N. y M.L. ciudad de Xerez de la Frontera, a 12 días de septiembre del año de Nuestro Señor de 2020.





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