sábado, 15 de diciembre de 2012

ANTE EL PRÓXIMO NACIMIENTO DEL NIÑO DIOS

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El anuncio más gozoso que se ha hecho a los humanos, lo recibieron unos pastores de Belén que vigilaban durante la noche su rebaño: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor”.

En el mismo momento de la anunciación, cuando la Palabra de Dios comienza a hacerse carne y sangre humana, comienza el misterio de amor del Dios hecho hombre. Y, cuando una muchacha nazarena da a luz en Belén, siguiendo las leyes de la naturaleza humana, se manifiesta con toda su fuerza y esplendor.

Sin los adornos de la poesía o de la imaginación popular, lo que en Belén sucedió, fue: a las afueras del poblado, en un establo, María dio a luz a su hijo. El Mesías esperado nace en una gruta de un pequeño pueblo de Judea. Así lo quiso Dios. Él mismo buscó la madre, el lugar y las circunstancias. El Hijo de Dios baja del cielo hasta el corazón de la tierra. Desciende para poner su choza entre los hombres; cambia la vecindad de Dios por la nuestra. La bajada de Dios al mundo, que es la llegada de la gracia y de la salvación, es la bajada de la pobreza. Jesús viene a envolvernos y acogernos con el mismo amor con que el Padre le ama y Él ama al Padre.

La encarnación manifiesta la irrupción de Dios en la historia. Dios se revela en Jesucristo; y por Él, en la historia de los hombres. Comienza su peregrinar hasta que llegue la plenitud de su presencia. Antes de que esto ocurra, hay un itinerario, una marcha hacia la plena realización. La encarnación marca el advenimiento de un Dios que nos hace mirar no solo a los hombres y a la historia; nos llama también a contemplar, descubrir y construir el futuro. Jesús sigue siendo el hombre esperado; aún aparecido, sigue siendo desconocido. Ha de ser creído.

La encarnación es la epifanía del nuevo amor, de la fraternidad, de la justicia y de la paz. Que lo sea para todos nuestros amigos y lectores, ¡feliz Navidad!


Eugenio Alburquerque Frutos
Salesiano

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